martes, 9 de diciembre de 2008

Hojas viejas acompañadas de letras



Libros, bicicletas, computadores, libros, teatros, libros, juegos, gente, libros y más libros. Un barrio bohemio que todos deberían conocer.

Al caminar por la calle San Diego, se reconocen construcciones antiguas. Encontramos edificios con problemas de cañerías, otros con marcas de balazos de la época del golpe militar, escritos revolucionarios en las paredes de los años setenta y así, innumerables cicatrices que dejan la historia plasmada en las estructuras de este barrio. Los libros usados siempre han abundado. Al menos desde la década de los 40’, según la memoria de los mismos libreros. Desde Alameda hasta Franklin. Es por esto es conocida esta calle.
“Si necesitas un libro lo primero que se te viene a la cabeza es San diego, son como sinónimos. Siempre ha sido así, hace años.” Luis Rivano, librero.

La calle San Diego tiene historia. En el Teatro Caupolicán-que aún existe-, antiguamente no sólo había espectáculos teatrales, sino también, peleas de lucha libre, boxeo e, incluso, concursos de baile. Esa y otras eran las gracias de San Diego. En los años 60´, estaban además los prostíbulos, las picadas, las disquerías, el “Terminal Sur” en la Plaza de Almagro, los negocios de libros, los carros que vendían zapatos, cuadernos, frutas, etc. Eran la cara de la calle, y la hacían importante dentro del comercio. Todo esto, hasta que Jaime Ravinet (ex alcalde de la comuna de Santiago) le entregó patentes a los libreros. Desde ese momento, la calle se llenó de carros entrando por la Alameda, y así se cortó el flujo de gente. Esto provocó que se generara un sector de delincuencia y que a la gente le diera miedo pasar por ahí. También influyó que la calle cambiara de tránsito: aquí fue cuando San Diego comenzó a morir. Antes, era una calle totalmente fructuosa.

La mejor época de San Diego, según algunos comerciantes, fue durante la dictadura de Augusto Pinochet. Dicen no haber estado de acuerdo con su ideología política, pero aún así reconocen esos tiempos como los mejores, cuando más bien les fue vendiendo. Rivano recuerda que solía ir después del trabajo a unos de los bares por ahí cerca de su local después de cerrar la tienda y antes del toque de queda. “Íbamos harto a los bares. Era para sentir adrenalina: si nos cachaba un milico teníamos que apretar cachete, o si no te agarraban a patadas y eras el perjudicado”.

Jorge, un quiosquero, dice que: “San Diego era un centro comercial de sectores populares, sólo sectores populares. Pero lo que es ahora, sobrevivimos sólo por las grandes tiendas. Cuenta que antes de esos cambios, se veía muchísima gente en la calle, no como ahora, que muchos se han aburrido y han vendido sus locales, lo que ha provocado derrumbes de antiguos edificios para ahora construir nuevos y residenciales. “Y pasó la hora de San Diego, ahora la gente se va a venir a vivir acá. Para qué venir a San Diego a comprar un libro o una bicicleta, si ahora existen los mall’s donde se encuentra de todo.” , agrega Jorge.

Claudio, un librero, cuenta que “En la década de los 70’ se iba a hacer un metro ahí, pero por el costo no se pudo.” Las decisiones políticas han influido mucho en las transformaciones de la calle San Diego.
Antiguamente este barrio bohemio se caracterizaba por los bares y también por muchos hoteles, como “El Gato”, que aún está.

Otro lugar conocido en esta calle, es el bar “El Canalla”. Este era particular, aquí se juntaban adultos de ideologías antagónicas a las de la dictadura a tomar trago y conversar durante la dictadura, hasta que llegara un militar a echarlos. A veces pasaban largas noches con toque de queda. Este bar existió hasta hace sólo semanas en San Diego, pero ahora se cambió de comuna a Providencia.

San Diego también es el paraíso de las bicicletas, su comercio no es tan antiguo como el de los libros, pero tienen su historia. Basta preguntarle a Juanito Mena, el monarca de las bicicletas en este barrio. En su local las revisa y arregla hace más de cincuenta años. Cuenta que desde que se implementó el Transantiago ha aumentado las ventas. “La gente se ha visto obligada a buscar otro tipo de transporte como las bicicletas, ya que el famoso Transantiago no funcionó”, dice J. Mena. Y eso ha acrecentado bastante sus ganancias.

“La gente no siempre es la misma, o sea, los vendedores sí, de familia la mayoría. Partieron los papás y ahora seguimos los hijos. Pero el público cambia, siempre va cambiando. Acá hemos visto de todo: Pinochet, Borges, ministros y gente común y corriente, todo”, comenta el librero Luis Rivano.

“La gracia de esta calle, es que jamás le van a quitar el encanto que tiene, jamás”, comenta un librero a lo lejos mientras entra rápido a su tienda porque llegó un cliente.
Esta calle, a pesar de sus transformaciones y disminución de público, sigue siendo reconocida por los chilenos. Ha cambiado, sobre todo, con la construcción del “Mall Chino” el que se hizo sobre un estacionamiento que nunca funcionó. Un grupo de chinos compró el terreno para ocuparlo como mall. También las ventas eléctricas, ya no son enceradoras o “chanchos eléctricos” que se compraban con créditos, ahora son computadores modernos. Pero se conservan otros lugares como el Teatro Cupolicán. En esta avenida están también los Juegos Diana que son visitados por bastante público.

Encargándose de colmar la calle de estudiantes, se encuentra el renombrado Instituto Nacional, que llena las grises veredas de estudiantes. Ellos son los que recurren a las librerías de San Diego para comprar sus libros escolares. “Obvio que compro mis libros acá, está al lado y son mucho más baratos”, Juan Pablo, estudiante de tercero medio.

Entre tanto cemento, se rescata el Parque O’ Higgins. El padre de L. Rivano comenta sobré este: “No hay nada más precioso que el parque, y hay gente que la única vez que va es para las fondas. Hay calles hermosas por acá. Pero la gente no se da cuenta. Existen calles que te metes y es como retroceder en el tiempo. Con sus adoquines pisados ya miles de veces. Con historia. Pero la gente pasa y hace pipí en las murallas. Sin importarles esos hermosos lugares.” Se para de la silla y junto a su hijo comienzan a ordenar una pila de libros. Luego continúa: “San Diego siempre ha sido igual, las mismas construcciones. Ni siquiera hay construcciones bonitas, no. Es lo que es. Y lo que salva de esta calle son las librerías. El comercio más que nada, el comercio popular. Eso, eso es lo que es nuestra calle.”

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