jueves, 30 de diciembre de 2010

jueves, 11 de diciembre de 2008

Y se quedó solo, sólo con su guitarra



Esta es la historia de El Charro, un personaje que canta en San Diego hace por lo menos 10 años.

En 1998, llegó un grupo de músicos desde Tijuana, México, a mostrar sus talentos a Chile. Tocaron en algunos bares durante un tiempo, pero no les fue bien. “El Charro”, el guitarrista, comenzó a consumir alcohol desmesuradamente, y eso provocó disgusto entre sus compañeros. Fue ahí cuando decidieron irse de Chile, a buscar otro lugar donde seguir presentando sus rancheras. Pero no se fueron tal como habían llegado: dejaron a alguien atrás, al Charro.

Son las 5 de la tarde y es jueves. Las galerías de San Diego atestadas de locales con libros, ven interrumpidas por un tedioso ruido “musical”. Es un hombre alto y flaco, de piel morena. Viste colores llamativos, unos zapatos puntiagudos y lo más interesante, una de las características que lo diferencian de los demás músicos, es su gorro mexicano muy grande.
Lo llaman desde un local. Es Valeska, que vende libros frente al local 33 llegando al llegar a la Alameda: “Charro! Él está de cumpleaños, anda a cantarle”, le dice la vendedora refiriéndose a otro librero que se encuentra unos puestos más allá. Entremedio se escuchan risas de los locales de al lado. El cantante parte con su guitarra en dirección al sujeto apuntado, y canta: “Cumpleaños feliz..”.
“El mexicano hace lo que uno le diga, siempre está copeteado. Así que no se preocupa mucho.”, dice Jorge, la pareja de Valeska, que atiende junto a ella su local.

Soledad Bravo, trabaja en San Diego, y al igual que la mayoría de los comerciantes, “conoce” al Charro. La verdad es que nadie habla con él, son muy pocos los que lo conocen de verdad. Todos lo ven pasar, lo reconocen, pero nadie sabe ni su verdadero nombre.

Al caminar por fuera de los locales, saluda respetuosamente a cada uno de los vendedores. Pero no habla más que eso. “Lo conocemos por su pinta, y porque pasa cantando. La verdad es que ya ni canta. Se nota que alguna vez cantó, porque tiene bonito vozarrón, pero se le olvidaron todas las canciones. Y la guitarra, tampoco sabe tocarla. Solo chicharrea”, comenta Soledad.
Esto se debe, en parte, por su nivel de alcoholismo. Eso ha provocado que el músico olvide la mayoría de las canciones que alguna vez supo. Ahora sólo canta pedazos.
En la comisaría no tienen registros de él. Tampoco hay registro alguno de que padezca de alguna enfermedad mental, aunque muchos lo aseguran. “Sí, el Charro está como loco, nosotros creemos eso, por eso tampoco le hablamos mucho”, comenta Cesar Tobar.

“Hace como cuatro años me regalaron una guitarra, la traje al puesto para tocar mientras no venía gente. Cuando el Charro me vio la guitarra, lo primero que hizo fue pedirme que se la vendiera”, dice Marcial, un librero que canta en un grupo de música.
El mexicano le ofrecía a cambio seis mil pesos, o quizás algunas monedas más. Marcial sabía que su guitarra valía mucho más que eso, y además era un regalo, pero fue tanto lo que insistió el músico que Marcial terminó por ceder, y se la vendió. “Es que es un buen tipo, toma harto y todo, pero no le hace daño a nadie”, agrega.

Cuando el Charro canta por las calles, lo poco que se le ha oído decir es “El Charro que canta bonito” y luego tararea algún pedazo de alguna ranchera que luego cambia por otra. Luego dice “me voy, porque me dio sed”, pide unas monedas, y va por otros tragos.

El ranchero también es conocido en la 2da Comisaría de Santiago, no por ser delincuente, si no porque al caminar por Toesca pasa a saludar a los carabineros. Entra a la comisaría y les da un par de órdenes: “¡Comandante! ¡Saludo! ¡A sentarse!”, y luego toca un poco de guitarra.
Su voz es bastante aguda, por lo que “suele asustar a la gente que está en la comisaría, ya que no están acostumbrados a escuchar tanto grito en ese lugar”, comenta el carabinero, Nibaldo Muñoz.
No es un tipo conflictivo, nunca lo han tomado preso ni nada por el estilo. Pero es tan estrepitoso, que tienen que echarlo a los pocos minutos de la comisaría para no causar molestias. Luego de unos meses vuelve a intentarlo.

El Charro siempre anda solo, la gente dice que no tiene amigos, que su única acompañante es la guitarra. ¡Ah! y también su petaca, que si no tiene whisky o ron, tiene pisco.

De su familia nada se sabe. En Chile está totalmente solo.

Al Charro se le puede encontrar vagando por distintos lugares típicos del centro de la capital. Bellavista, Mapocho, San Alfonso, la Vega y San Diego, son algunos de los sitios donde se ve a este hombre de unos 58 años con una guitarra en la mano y una sonrisa pidiendo alguna moneda, para luego ir en busca de alcohol. En los veranos se va a Cartagena a tocar música, ahí gana unas monedas, y luego regresa.

En la calle San Alfonso, a pocas cuadras de San Diego, los vecinos dicen haber visto bastante al Charro tocando y pidiendo monedas. El músico ha alojado (pocas veces) en una casa antigua donde arriendan camas a $1.100, ubicada en San Alfonso 444. A pesar de haber dormido ahí, nadie ha hablado con él. Sólo lo han escuchado cantar algunas frases de música mexicana.

La vida de este mexicano desamparado nunca dejará de sorprender. Son muchas las historias que ha creado, porque llega alrededor de las 11 de la mañana al centro, con su guitarra y su peculiar atuendo, toca algunas notas, intenta cantar, pide monedas y luego recorre la ciudad buscando nuevas caras a quienes entregarle su música.
Al terminar el día, se va a su hogar. Nadie sabe con certeza donde vive, pero lo más probable, es que duerma en unas comunidades de vagabundos en Centenario con Bascuñan Guerrero, cerca de la línea del tren, en el Paradero 1. Al menos eso dice “el chico” un personaje que le vende plástico a los libreros para forrar sus productos y que pasa por la línea cuando va de regreso a casa. El “Chico” asegura que el ranchero vive ahí.

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La música no se ve, se siente

EL SEÑOR DE LOS LIBROS




>Sentado en su escritorio de madera antigua, se acomoda los lentes. Entra un joven a su tienda de libros usados y pregunta por uno. Se para a buscarlo de inmediato en su gran biblioteca –sabe perfectamente que tiene ahí y que no-. Le entrega el libro al joven con una pequeña sonrisa: “Ahí está”. Él pregunta el valor del libro, Luis le responde “5.000 pesos”. El cliente da las gracias y se va.

Luis Rivano lleva 43 años vendiendo libros en la calle San Diego. Es curioso pensar que un policía terminaría vendiendo literatura. Pero esto no fue tan casual. Es que “al paco” siempre le han gustado las letras: escribir y leer. Mientras se vestía de verde y cuidaba a la nación, también se dedicaba a escribir. Publicó su primer libro “Esto no es el paraíso” en 1965 mientras seguía siendo carabinero. Pero esto no duró mucho, ya que al lanzar su segundo libro, “El apuntamiento”, las autoridades del cuerpo de carabineros se disgustaron. “Con este libro, de cierto modo, denunció a los carabineros. Apuntamiento se le llama a lo que hacían y hacen todavía los policías civiles con los delincuentes: Van donde el ladrón y le dicen ‘en la tarde quiero 100 lucas, o si no te llevo preso’. Entonces con esto le dijeron a mi compadre que ya no era compatible con el servicio y lo jubilaron cuando llevaba 11 años de servicio”, comenta Carlos Yáñez, vendedor de libros que trabajó durante 17 años junto “al paco”. “Lo conozco desde el 75’. Él, antes trabajaba vendiendo libros en oficinas o en la calle.” Agrega.
Hasta que llegó al local 117 en San Diego, su primer local de libros usados, ubicado en el segundo piso de una galería al frente del Mall Chino.

“Luis es un buen tipo, cuando llegué a San Diego a vender libros me ayudó en varias cosas, me enseñó cómo tenía que trabajar”, dice Manuel, un librero de la misma galería donde tiene actualmente tres negocios el Paco Rivano.
Manuel conoce a Luis hace 28 años, de vez en cuando va al local donde generalmente se encuentra el paco y juegan Naipes, Damas o Dominó.

Luis Rivano, a pesar de tener un aspecto serio, tiene buena relación con la mayoría de la gente que lo rodea. Basta acercarse a la galería de San Diego y se va a ver a Don Luis trabajando junto a su familia. Algunos de sus seis hijos estarán junto a él atendiendo en una de sus librerías.

Rivano ha vendido libros a todo tipo de gente, desde simples estudiantes hasta a Augusto Pinochet, que según cuenta solía ir a comprar libros a esta calle.
Dice que ha tenido todo tipo de público. Cuenta una anécdota: “Una vez estaba sentado ya cansado, era tarde. Entra una mujer a la tienda preguntándome por un libro. Yo se lo paso y me dice ‘cuánto cuesta?’ y le respondo el precio. Luego me pregunta ‘¿No tiene uno que esté más usado y por lo mismo más barato?’ Y yo le respondo que sí, que tenía uno rayado. Tomó el libro, lo rayó al frente de ella y se lo paso’ La mujer no entendió nada y salió enojada de la tienda.
La verdad me molesta la gente que cree que vendo los libros caros porque sí. Piensan que los libreros son unos ignorantes que ponen precios al azar, entonces siempre te miran raro cuando dices un precio. No se dan cuenta que el precio que ponemos es lo que valen.”

A pesar de vivir en Providencia, este librero “bueno pal’ negocio”- como dice Marco Antonio, del local 6 de la galería San Diego- conoce mejor que nadie la historia de la bohemia calle San Diego, lleva muchos años yendo de lunes a sábado a vender sus libros usados, de los cuales sabe perfectamente lo que valen. Es un sabio de los libros, un conocedor.


“Paco es bien humano, lo que pasa es que la gente no lo conoce. Él no es de acercarse a las personas, si necesitas algo tú tienes que acercarte, y él te va a recibir bien”. Dice Manuel.

Claro, es un hombre bien vestido, con ojos claros, de camisas limpias y zapatos bien lustrados. Usa lentes, es un poco calvo. Tiene buena apariencia.
“Es ególatra el weón. Más que la cresta” comenta su ex compañero de trabajo Yáñez. “Yo se lo he dicho, cuando trabajábamos juntos en el local”. Agrega.

Desde el momento en que Luis se cambia al barrio alto: Providencia, se vuelve un poco arribista, a pesar de criticar el arribismo en alguno de sus libros. “Es arribista sin querer” lo defiende Carlos.

Lo que sucede es que Rivano, mientras estaba casado con Ana Moneta, conoce a Beatriz Medina (que en esos años trabajaba como bibliotecaria del Banco Central). Junto a ella se fueron a Paraguay, y ahí se casaron, ya que en Chile no podían porque él no se había divorciado aún de Moneta. De hecho aún no lo hace. Esto por una sola razón: porque cuando se muera quiere que todo quede para su primera esposa y sus hijos, si se divorcia, eso no sucederá.
Rivano tiene sentido patriarcal, también es machista, muy machista. “Los hijos trabajan con él, pero las cosas son sólo de él. Les paga sueldo como a un empleado más. Cuando trabajé con él, Alejandro (hijo menor) valía menos que yo”, comenta Carlos.
Beatriz es una mujer de buen estrato social, y cuando él se va a vivir con ella cambia su sistema de vida. Los amigos de Luis dicen que desde ese momento cambia, se vuelve un poco más superficial. “Se cree el cuento” dice Carlos.

Luis, además de escribir novelas y cuentos, también se hizo dramaturgo. Una de las obras más importantes que escribió, se llama “El rucio de los cuchillos”.
La mayoría de sus obras son realistas. Intenta reflejar fielmente al chileno común, con su lenguaje y características tal cual como son.

“Y ahora, ¡que nadie lo sepa!: Va a hacer cine para televisión”, acusa Carlos Yáñez.

martes, 9 de diciembre de 2008

Sus negocios duran hasta que alguien los saque de la calle




Son las 4 de la tarde y en la calle San Diego, entre los carros de libros, los negocios de bicicletas y los puestos de comida, hay vendedores ambulantes. Aún exponen su mercancía sobre pañuelos, en las estrechas veredas grises. “Bebidas y chocolates baratitos”, son algunos de los gritos que se escuchan desde lejos. Esta imagen dura hasta que algún carabinero llega y los negociantes salen corriendo o bien, cuando se los se los llevan detenidos y les quitan su mercancía.

Estos vendedores, ante la ley conocidos como “comerciantes ilegales”, están descontentos por no poder vender tranquilamente en la calle. Año tras año dicen que viven esta angustia. “Ni Zalaquett ni Ravinet; Nadie nos va a dar permiso. Nunca nos van a dejar vender acá porque no les conviene. Ganan más llevándonos presos, a que nosotros saquemos una patente cada dos años”, acusa Nelson, quien lleva trabajando 28 años en las calles del centro de Santiago.

Se acercan las elecciones municipales 2008 y las calles se encuentran inundadas de afiches con las distintas caras de los candidatos a alcalde y concejales para la comuna de Santiago Centro.

Una de las polémicas de los candidatos a alcalde, la ha dado Pablo Zalaquett (UDI). El ex edil de la Florida tuvo una discusión con Jaime Ravinet (DC) en un debate organizado por la Cámara Nacional de Comercio hace dos semanas. Esta disputa fue por el comercio ilegal en las calles, Ravinet acusó a Zalaquett de no haber erradicado esa mala práctica en su ex comuna. Le preguntó entonces, cómo se comprometía ahora a terminar con este problema en Santiago Centro, tomando en cuenta que no lo había podido controlar en 8 años de mandato comercial.

Las palabras de Roberto González, coordinador general de la campaña del ex alcalde de La Florida, ayudan a entender la propuesta del candidato: “Lo que queremos hacer es bien fácil: darle permiso legal a esa gente y regularizarlos”, él asegura que “al echar a la gente de la calle, los estás invitando a que sean delincuentes”.

Para esto, el comando de Zalaquett, dice que quieren implementar en Santiago Centro lo mismo que se hizo en La Florida en abril del 2004: Consiste en el proyecto “La casa del emprendedor” que radica en potenciar las buenas ideas y desarrollar habilidades empresariales, abriendo nuevas ventanas de comercialización. Según las palabras de Roberto González, en La Florida esto dio muy buenos resultados.

La idea de la campaña de Zalaquett para terminar con el comercio ambulante, es invitar a los vendedores a integrarse a ese proyecto y, así, crear nuevas oportunidades para las personas y evitar focos de delincuencia. De lo contrario, la ley actuará ante el comercio ilegal.

A pesar de esta propuesta del partidario de la UDI, los vendedores aseguran que esto no sucederá. No niegan que ayude a algunos comerciantes. Pero eso no quitará que muchos no puedan sacar el permiso y sean una vez más llevados por la policía perdiendo sus productos.

“Son muchos los políticos que han pasado por acá, yo no soy de esta comuna, pero trabajo hace años en el centro. El vendedor ambulante siempre será vendedor ambulante. A mí me dieron patente una vez,
pero en un lugar donde no va nadie. Y ahí tengo mis carros tirados. Invertí platita y todo, pero no me sirvió. Gano más vendiendo acá, en las calles, donde pasa gente todo el día”, dice Raúl Gómez, que lleva más de 26 años trabajando en el centro de Santiago. Antes vendía en Alameda, pero “Ravinet me sacó”, asegura. Entonces optó por seguir su negocio en la bohemia calle San Diego.

El destino de los vendedores ambulantes sigue en incertidumbre, han salido nuevos proyectos de ley para penar a los comerciantes; a los que venden productos falsificados o que no tengan las autorizaciones sanitarias correspondientes. Hoy la pena para estos vendedores es la reclusión menor en su grado mínimo y multa de 5 a 100 unidades tributarias mensuales.

Donde más lo notamos

Hojas viejas acompañadas de letras



Libros, bicicletas, computadores, libros, teatros, libros, juegos, gente, libros y más libros. Un barrio bohemio que todos deberían conocer.

Al caminar por la calle San Diego, se reconocen construcciones antiguas. Encontramos edificios con problemas de cañerías, otros con marcas de balazos de la época del golpe militar, escritos revolucionarios en las paredes de los años setenta y así, innumerables cicatrices que dejan la historia plasmada en las estructuras de este barrio. Los libros usados siempre han abundado. Al menos desde la década de los 40’, según la memoria de los mismos libreros. Desde Alameda hasta Franklin. Es por esto es conocida esta calle.
“Si necesitas un libro lo primero que se te viene a la cabeza es San diego, son como sinónimos. Siempre ha sido así, hace años.” Luis Rivano, librero.

La calle San Diego tiene historia. En el Teatro Caupolicán-que aún existe-, antiguamente no sólo había espectáculos teatrales, sino también, peleas de lucha libre, boxeo e, incluso, concursos de baile. Esa y otras eran las gracias de San Diego. En los años 60´, estaban además los prostíbulos, las picadas, las disquerías, el “Terminal Sur” en la Plaza de Almagro, los negocios de libros, los carros que vendían zapatos, cuadernos, frutas, etc. Eran la cara de la calle, y la hacían importante dentro del comercio. Todo esto, hasta que Jaime Ravinet (ex alcalde de la comuna de Santiago) le entregó patentes a los libreros. Desde ese momento, la calle se llenó de carros entrando por la Alameda, y así se cortó el flujo de gente. Esto provocó que se generara un sector de delincuencia y que a la gente le diera miedo pasar por ahí. También influyó que la calle cambiara de tránsito: aquí fue cuando San Diego comenzó a morir. Antes, era una calle totalmente fructuosa.

La mejor época de San Diego, según algunos comerciantes, fue durante la dictadura de Augusto Pinochet. Dicen no haber estado de acuerdo con su ideología política, pero aún así reconocen esos tiempos como los mejores, cuando más bien les fue vendiendo. Rivano recuerda que solía ir después del trabajo a unos de los bares por ahí cerca de su local después de cerrar la tienda y antes del toque de queda. “Íbamos harto a los bares. Era para sentir adrenalina: si nos cachaba un milico teníamos que apretar cachete, o si no te agarraban a patadas y eras el perjudicado”.

Jorge, un quiosquero, dice que: “San Diego era un centro comercial de sectores populares, sólo sectores populares. Pero lo que es ahora, sobrevivimos sólo por las grandes tiendas. Cuenta que antes de esos cambios, se veía muchísima gente en la calle, no como ahora, que muchos se han aburrido y han vendido sus locales, lo que ha provocado derrumbes de antiguos edificios para ahora construir nuevos y residenciales. “Y pasó la hora de San Diego, ahora la gente se va a venir a vivir acá. Para qué venir a San Diego a comprar un libro o una bicicleta, si ahora existen los mall’s donde se encuentra de todo.” , agrega Jorge.

Claudio, un librero, cuenta que “En la década de los 70’ se iba a hacer un metro ahí, pero por el costo no se pudo.” Las decisiones políticas han influido mucho en las transformaciones de la calle San Diego.
Antiguamente este barrio bohemio se caracterizaba por los bares y también por muchos hoteles, como “El Gato”, que aún está.

Otro lugar conocido en esta calle, es el bar “El Canalla”. Este era particular, aquí se juntaban adultos de ideologías antagónicas a las de la dictadura a tomar trago y conversar durante la dictadura, hasta que llegara un militar a echarlos. A veces pasaban largas noches con toque de queda. Este bar existió hasta hace sólo semanas en San Diego, pero ahora se cambió de comuna a Providencia.

San Diego también es el paraíso de las bicicletas, su comercio no es tan antiguo como el de los libros, pero tienen su historia. Basta preguntarle a Juanito Mena, el monarca de las bicicletas en este barrio. En su local las revisa y arregla hace más de cincuenta años. Cuenta que desde que se implementó el Transantiago ha aumentado las ventas. “La gente se ha visto obligada a buscar otro tipo de transporte como las bicicletas, ya que el famoso Transantiago no funcionó”, dice J. Mena. Y eso ha acrecentado bastante sus ganancias.

“La gente no siempre es la misma, o sea, los vendedores sí, de familia la mayoría. Partieron los papás y ahora seguimos los hijos. Pero el público cambia, siempre va cambiando. Acá hemos visto de todo: Pinochet, Borges, ministros y gente común y corriente, todo”, comenta el librero Luis Rivano.

“La gracia de esta calle, es que jamás le van a quitar el encanto que tiene, jamás”, comenta un librero a lo lejos mientras entra rápido a su tienda porque llegó un cliente.
Esta calle, a pesar de sus transformaciones y disminución de público, sigue siendo reconocida por los chilenos. Ha cambiado, sobre todo, con la construcción del “Mall Chino” el que se hizo sobre un estacionamiento que nunca funcionó. Un grupo de chinos compró el terreno para ocuparlo como mall. También las ventas eléctricas, ya no son enceradoras o “chanchos eléctricos” que se compraban con créditos, ahora son computadores modernos. Pero se conservan otros lugares como el Teatro Cupolicán. En esta avenida están también los Juegos Diana que son visitados por bastante público.

Encargándose de colmar la calle de estudiantes, se encuentra el renombrado Instituto Nacional, que llena las grises veredas de estudiantes. Ellos son los que recurren a las librerías de San Diego para comprar sus libros escolares. “Obvio que compro mis libros acá, está al lado y son mucho más baratos”, Juan Pablo, estudiante de tercero medio.

Entre tanto cemento, se rescata el Parque O’ Higgins. El padre de L. Rivano comenta sobré este: “No hay nada más precioso que el parque, y hay gente que la única vez que va es para las fondas. Hay calles hermosas por acá. Pero la gente no se da cuenta. Existen calles que te metes y es como retroceder en el tiempo. Con sus adoquines pisados ya miles de veces. Con historia. Pero la gente pasa y hace pipí en las murallas. Sin importarles esos hermosos lugares.” Se para de la silla y junto a su hijo comienzan a ordenar una pila de libros. Luego continúa: “San Diego siempre ha sido igual, las mismas construcciones. Ni siquiera hay construcciones bonitas, no. Es lo que es. Y lo que salva de esta calle son las librerías. El comercio más que nada, el comercio popular. Eso, eso es lo que es nuestra calle.”

El futuro de los medios en Internet

Pienso que hoy Internet juega un rol muy importante dentro de las sociedades a nivel mundial. La tecnología ha avanzado muy rápido, y a la vez nos ha ido abriendo los parámetros que existían y limitaban para conocer otras culturas y también así saber lo que sucede en otras partes del mundo.
Encuentro que es algo que favorece a las sociedades, porque agiliza el conocimiento de las personas, me refiero a que si a alguien le interesa un tema, se va a dirigir al computador, va a abrir Internet y de inmediato va a tener información sobre lo que busca. Entonces enriquece los conocimientos de las personas. Pero por otra parte, siento que individualiza al ser humano, porque si se observa a los trabajadores por ejemplo, en algunos casos, ya ni van a la oficina, ni se relacionan personalmente con sus colegas, sólo prenden el computador y desde su casa trabajan. Entonces Internet también estaría provocando un individualismo. Quizás hoy no tan notorio, pero en algunos años más, podría ser que ya no haya tanto contacto entre las personas, porque todo se encontrará en Internet.
Otra contra que tiene este globalizado Internet, es que ya todo está tan al alcance que las personas que intentan investigar sobre algún tema, no se dan el tiempo de realmente indagar en lo que buscan, si no, toman los primeros términos que encuentran y los usan, sin buscar más a fondo su objetivo. Y por otra parte, se va perdiendo el uso de los libros, de los materiales informativos plasmables, como lo es también el diario, o las revistas. Hoy las personas buscan de inmediato en Internet, porque es lo más fácil. Entonces cada vez se compra menos libros, diarios, etc. y esto provoca que disminuya su producción por falta de ventas.

Ideologías encerradas en cuatro paredes, que ahora ya no existen

MI PERFIL y algo más






Mi nombre es Francisca Gerter, nací en 1989 en Copiapó, una ciudad al norte de Chile. A los 2 años de edad, mi familia se vino a vivir a Santiago, a la comuna de Providencia. Viví ahí hasta los 11 años, y luego me cambié a Las Condes, donde vivo hasta hoy.
Al cambiarme a esa comuna, también lo hice de colegio, al San Juan Evangelista, fue en este colegio donde conocí mi lado más humanista, porque el colegio tiene muy marcado y definido sus valores. Me empecé a interesar por la escritura y la fotografía. Tomé electivos en relación a eso y en 3ero medio decidí que quería estudiar periodismo, ya que reunía las letras con lo audiovisual que es lo que me gusta. Además, soy una persona a la que le gusta tener relación o contacto con gente, no creo que pueda trabajar más adelante sentada en una oficina todos los días de todas las semanas sin hablar con gente o sin moverme a algún lado. Pienso que el periodismo, en algunas de sus ramas- las mayoría- uno tiene que estar en contacto con personas, investigando constantemente, conociendo y haciendo una serie de cosas que son las que me gustan hacer. Al menos eso creo.
Estoy cursando mi primer año en la universidad y me ha gustado bastante, porque en esta universidad la carrera es muy práctica y por otra parte, los profesores, en su mayoría, son muy buenos para mí gusto.

En este ramo en específico, Taller de reporteo, he aprendido más a reportear (valga la redundancia). Ya lo había hecho el semestre pasado, pero no con tanta profundidad como lo hice este semestre. Me tocó el barrio San Diego. Un barrio que antes pensaba que era sólo una calle de libros, con un teatro donde de vez en cuando iba a ver algún espectáculo. Pero durante este tiempo que fui conociéndolo más, aprendí muchas cosas. Aprendí sobre su gente, sus personajes típicos - como son los perfilados Luis Rivano y El Charro- sobre qué era San Diego: sus lugares más recordados y los que aún perduran. También lo que le está pasando hoy a esta calle comercial. Lamentablemente está asistiendo menos gente que hace algunos años, y por lo mismo, muchos vendedores se han ido en busca de otros espacios y han dado pie para que los antiguos edificios sean demolidos para hacer nuevos y residenciales.
San Diego tiene mucha historia, siento que conocí gran parte de ella. Termino el ramo satisfecha con lo que aprendí en las calles. Uno se va dando cuenta cómo tiene que tratar a ciertas personas, qué debe decir antes de ponerse a preguntar, con qué preguntas comenzar, etc. Y eso, sólo se aprende haciéndolo, o sea, reporteando.